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La importancia de llamarse Stan

 

Stanislas es un buen chico. Es educado con el personal de la organización, dobla las toallas en el vestuario, sube la tapa del inodoro y se lleva bien con su suegra. Nació en una familia feliz, eslabón de una estirpe de benefactores. Se crió en una pequeña granja, donde ayudaba a sus padres en el cuidado de personas con discapacidad. A pesar de haber abandonado la escuela a una edad temprana, practica los valores de la discreción y la cortesía. Todos aprecian al hombretón de pocas palabras y el rostro picado. La gente le sonríe al pasar, y él, cohibido, baja la mirada.

Stanislas es el compañero perfecto. Ha acudido durante más de una década a las convocatorias de Copa Davis del equipo suizo, batiéndose el cobre en eliminatorias por la permanencia en el Grupo Mundial. El segundo plano es su hábitat, los focos le deslumbran. Su único gran éxito, el oro olímpico, lo comparte con la gran estrella de su país y su deporte.

En la pista, Stanislas es todo talento. Posee un primer servicio muy rápido, un buen juego de fondo y, sobre todo, un revés que tiene más de divino que de humano. También se derrite en los momentos importantes, y su fornido brazo le tiembla más de lo debido, lo que llena su expediente de borrones en forma de dobles faltas y derechas al pasillo. Y muchas derrotas.

Porque Stanislas siempre ha tenido cara de segundo. Pero en 2013, decide trasladar el fracaso que lleva pintado en la frente a la piel del antebrazo izquierdo: “Lo intentaste. Fracasaste. No importa. Sigue intentándolo. Fracasa otra vez. Fracasa mejor”. Samuel Beckett se convierte en tinta, y ahora Stanislas ve de reojo esta frase cada vez que sirve. Si Lao-Tsé tenía razón al afirmar que todo viaje de mil millas comienza con un primer paso, este es el primer paso de Stanislas en su transformación en Stan.

Stan es una bestia. Sus golpes son probablemente los más definitivos del circuito, y su derecha es casi tan demoledora como su revés. Gana con regularidad y es jugador de grandes escenarios: desde la fecha del tatuaje tiene un balance favorable en Grand Slam con Murray y Nadal, y empatado con Federer y Djokovic. Especialmente interesante resulta lo que sucede cuando se enfrenta al mejor tenista de la actualidad. Stan es considerado ampliamente como el único jugador capaz de competir de igual a igual al mejor Novak, desarbolando su juego a base de winners y arrebatándole la iniciativa, dejando el que para muchos es el enfrentamiento más divertido del circuito. No en vano, las dos victorias del serbio en las grandes citas contra Stan -no contra Stanislas- han llegado tras partidos legendarios a cinco sets (US Open 2013 y Australian Open 2015).

No queda en Stan ni rastro del aroma perdedor que acompañaba a Stanislas. Con un juego espectacular, se ha llevado el trofeo en sus dos apariciones en finales de Grand Slam, y ha sumado una Copa Davis en la que fue decisivo, tirando del equipo y de Federer cuando las cosas peor estaban. Aún así, el punto definitivo lo ganó el de Basilea, llevándose la foto y la gloria, con Wawrinka viéndolo en chándal desde la barrera después de ser el héroe los dos primeros días. Y es que aún quedan trazas de Stanislas. No es fácil mantener el equilibrio entre la persona que realmente eres y la persona que te lleva al éxito. Pero Stan ha aprendido del pasado de Stanislas. No ha sustituido a su otro yo, lo ha incorporado para ser más fuerte.

Para entender las dos personalidades que aún conviven en el suizo, basta revisar la desagradable anécdota de agosto pasado. Medio circuito se ríe a hurtadillas de Stanislas cuando salta el rumor de que su novia se ha acostado con Kokkinakis. El zafio Kyrgios se atreve incluso a hacer chistes sobre ello en público. Una vez más, la mala suerte acecha a Stanislas. La misma que le hace perder un partido épico en el O2 de Londres contra Federer, quince días antes de la final de la Davis, culminado con un feo gesto de Mirka hacia él desde el palco. Encima de burro, apaleado. Pero Stan rehúsa hacer declaraciones, se sacrifica, agacha la cabeza, y se concentra en su juego.

Como escalón definitivo en su metamorfosis, en 2015 renuncia incluso a lo que más define a cualquier persona desde su nacimiento: el nombre. Rompe con Stanislas, pidiendo a los organismos del tenis que le llamen Stan. Este año, ya pasada la treintena, necesitará más que nunca ser ese animal competitivo que le permite rendir a la altura de los mejores tenistas de siempre. De cualquier modo, tanto Stanislas como Stan, por diversos motivos, son de esa clase de jugadores que hacen más grande a este deporte.