Encuéntranos en:

ico fb ico twitter ico instagram ico yuotube

No estaba muerto

 

Siempre lo dije. Quiera él o no, Grigor Dimitrov está condenado al éxito. El búlgaro empezaba la temporada en Brisbane con la intención de dejar atrás un 2016 notable pero sin portadas con su nombre. En él, tres finales perdidas y tres victorias contra el top10. Datos que ha igualado o superado en tan solo una semana del nuevo calendario. Campeón en Brisbane tras vencer a Kei Nishikori (6-2, 2-6, 6-3) y demostrando que todo ese talento que guardaba su raqueta solo estaba bloqueado, escondido, esperando el momento para estallar.

Ambos contendientes se tenían mucho respeto, habían llegado después de dos grandes victorias, el japonés con un partido menos en las piernas y el búlgaro con una mirada salvaje, deseando cerrar algunas bocas. El H2H no acompañaba, 0-3 en contra, siempre en pista dura y siempre al mejor de tres sets. Daban ganas de ni presentarse en la Pat Rafter Arena.

Empezó Grigor –Gregorio para nosotros- disparando más fuerte que su oponente, marcando la pauta del partido y siendo valiente ante la adversidad. Le salió bien la jugada, 6-2 y la sensación de que no tenía puntos débiles. En su cabeza, seguramente, las tres finales perdidas el curso pasado. En la de Nishikori, más que probable, las cuatro últimas desperdiciadas justo después de ganar en Memphis. En pista no estaban precisamente los dos hombres con mejores rachas, pero hoy uno de los dos le daría la vuelta.


El orgullo surgió de la raqueta del nipón tan rápido como se mueven sus piernas y calcó en el segundo acto los parámetros del primero. Gran final, grandes jugadores, pero no llegaba ese momento estrella en el que ambos chocaran con su máximo esplendor. Quedaba una oportunidad, el set definitivo, allí donde Nishikori no suele fallar (porcentaje cercano al 78% de efectividad). Después de una nueva interrupción por las idas y venidas del de Shimane a vestuarios, fue el de Haskovo quien quiso más, quien reflejó su hartazgo por la situación, ansioso por que su nombre saliera en las crónicas con adjetivos dulces y no amargos.

Rompió, confirmó y celebró. Dimitrov levantó los brazos al cielo, incrédulo, buscando a alguien en la grada. El búlgaro no tardó un minuto en dirigirse a Dani Vallverdú y fundirse en un abrazo con el venezolano, el causante de que hoy Grigor vuelva a sentirse importante dentro de ese vestuario y que los rivales le vuelvan a temer. Es solo el principio, queda mucho por delante, pero parece ser que aquel muchacho que maravilló en 2014 puede vestirse de ‘revelación’ en esta nueva aventura. Ojalá no nos equivoquemos.

Fuente:

Blog Tenis: Punto de Break