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Bobby Jones, el muerto más vivo del deporte mundial

 

Una de las últimas voluntades de Bobby Jones, quizá la primera gran leyenda de la historia del golf, fue tener un entierro íntimo, discreto y breve. Así fue. La ceremonia apenas duró 10 minutos. No hubo homilía ni panegírico ni nada parecido a pesar de que el golfista se había convertido al catolicismo unos días antes.

Pero de alguna manera podría decirse que la última voluntad del mejor amateur de la historia del golf, ganador de 13 majors, sólo se cumplió el día de su entierro. Porque desde entonces su tumba en el Historic Oakland Cemetery, cerca de Atlanta, se convirtió en un lugar de peregrinación para los aficionados del golf, parada obligatoria para los miles de seguidores que cada año acuden al Masters de Augusta, el torneo del que fue cofundador y que constituye uno de sus principales legados.

La tumba en la que el golfista reposa junto a su esposa, fallecida cuatro años después, está siempre rodeada de bolas de golf, tees y tarjetas de puntuación. También se han llegado a encontrar palos, bolsas y cartas manuscritas en homenaje a la leyenda. Durante un tiempo sus descendientes las respondían personalmente. Hace años que se vieron sobrepasados.

Los empleados del cementerio recogen semanalmente los recuerdos y los guardan en una sala. También limpian y restauran la lápida cada mes de abril, en el que la afluencia es mayor debido a la disputa del Masters. Por eso, puede decirse que Jones es quizá el muerto más vivo del deporte mundial.