NUEVA YORK (Enviado especial) -- El más grande de la historia, en el estadio más grande del mundo. Más de 22.000 fanáticos gozaron en la apertura de la segunda jornada nocturna con el debut de Roger Federer. Cinco veces campeón en la jungla de cemento que significa el US Open, el suizo puso primera y fue un show completo. Él impuso el ritmo, con su juego vistoso, veloz y agresivo, al ritmo incansable de muchos espectadores que subían y bajaban buscando sus asientos, sin importar si el partido se estaba jugando. Claro, el gigantesco Arthur Ashe, el más amplio del planeta, con capacidad para 23.500 espectadores, permite eso en posiciones medianas y altas, sin perturbar a los jugadores mientras se concentran para sacar ni durante la disputa de los puntos.
En un cambio de lado del segundo set, en las dos pantallas gigantes ubicadas en lo alto de ambas tribunas cabeceras apareció una figura estadounidense y a la vez mundial, la del genial John McEnroe. Y brotaron los aplausos y gritos desde las gradas. Uno de los máximos ídolos locales, talentoso como pocos, el mismo que supo ser el rey en singles y dobles, y que en más de una ocasión dijo que el propio Federer era el mayor talento que vio en una cancha de tenis. Si él lo dice, que manejaba su zurda con una estupenda calidad, hay que creerle. Vaya si se trata de una palabra autorizada...
Para la gente, venir a una sesión de noche a Flushing Meadows es todo un evento. Y más aún si a la figura de Federer lo seguía la actuación de Serena Williams, la N° 1 y a la vez dueña de casa. Ambos en busca, precisamente, de su 18° título de Grand Slam y el 6° en el Abieto de Estados Unidos. Él, con 33 años recién cumplidos, y ella, próxima a cumplirlos. Y para ponerle el moño, más allá de las habituales invitaciones VIP, con músicos, políticos, empresarios y artistas de todo tipo, la presencia especialísima de Michael Jordan, el eterno rey del básquetbol.
Por eso, fue una noche especial en el monstruoso estadio neoyorquino, donde parece difícil imaginarse que el juego se aprecia muy bien desde las butacas más altas, pero realmente es así, al punto de que se puede seguirlo y no hace falta usar binoculares ni hacer demasiado esfuerzo con la vista. Mientras deleitaba el helvético, que viene con la mano caliente por su final en Toronto y sobre todo por la obtención de su 80° título, logrado en Cincinnati, Sir Jordan disfrutó y festejó como un fan más. Y vaya si la gente estalló, como unos minutos antes cuando fue enfocado Big Mac, al ser mostrado por ambas pantallas el ex hombre de los Chicago Bulls. El amigo y especial ídolo de Roger también saludó, como lo había hecho su compatriota.
Pensar que Jordan dijo sentirse más nervioso que cuando jugaba, por el hecho de ir a alentar a su amigo Roger. En realidad, no hay por qué no creerle. Siempre aseguran los atletas de primera línea que se sufre más desde afuera y eso se potencia al no ser justo la especialidad de uno, por no conocer los secretos. En fin, el show cerró por todos lados. Y los asistentes, que casi colman las tribunas, no pudieron pasarla mejor, con mucha (y fuerte) música en cada descanso. En realidad, nada que los tenistas no sepan, a esta altura, de lo que representa un espectáculo así para los estadounidenses.
Cada pantalla tiene a dos de los principales sponsors del torneo, la hora local y una, la ubicada arriba del sector de las cabinas de televisión, incluida la de ESPN, tiene una bandera enorme con los colores de Estados Unidos. Por allí se repiten tomas sorpresivas a diversos aficionados durante los descansos y cada uno tiene sus "segundos de fama". Claro, si ya no son famosos, como McEnroe y Jordan. Algunos sólo se animaron a saludar o sonreír, pero otros, muchas veces de color, se prestaron a ponerse de pie y ensayar distintos pasos de baile. Esos fueron los más atractivos por su miniespectáculo y entonces gozaron con unos segundos más de esa fama efímera.
Como había pasado en la primera noche, la del lunes, con el debut de Novak Djokovic, esta vez hubo un grupo de simpatizantes de Federer que alentó sin parar, vestidos de rojo y blanco, los colores suizos. Y, si algo hacía falta para cerrar el show, Marinko Matosevic se llevó también algunos aplausos, incrédulo y felicitando al histórico rey de la ATP cuando jugó puntos increíbles, con distintos golpes y en diversas situaciones. Así, el australiano comprendió perfectamente el papel que fue a cumplir, por encima de su lógico deseo de buscar ganar e ir por el batacazo. Los anfitriones gozaron con el primer paso de Roger, como lo hicieron Big Mac y Sir Jordan. Valía la pena disfrutar la noche. Y no fue una más, ni mucho menos.
Fuente: espndeportes.com