Jon Rahm se estrena esta semana como golfista profesional. Presentará a su equipo de trabajo -parece descartado que Tim Mickelson, su entrenador en la universidad de Arizona State vaya a acompañarle en esta nueva andadura-, sus patrocinadores -resulta obvio que uno de ellos será Adidas- y un apretado programa que le llevará a disputar al menos cinco torneos a lo largo de los dos próximos meses con el objetivo de ganarse la tarjeta del PGA Tour para el año que viene.
Una meta difícil -debe entrar entre los 125 primeros de la lista de ganancias- pero que afronta con la confianza que le ha dado su extraordinaria actuación en el US Open. En su primer major, el español fue el único amateur que logró pasar el corte. No sólo eso, sino que con una última vuelta al par -le sacó cinco birdies al temible Oakmont que vio naufragar a figuras como Rory McIlroy o Phil Mickelson, entre otros- consiguió ascender hasta el Top 23, por delante, entre otros, de Jordan Spieth, número 2 del mundo. Una actuación histórica que coloca al vizcaíno por encima de Chema Olazábal y Sergio García, que acabaron en el puesto 25 y 29 su primer major. Ni Tiger Woods logró en su día mejorar el puesto del español.
En el que está considerado como el campo más difícil de Estados Unidos, en el torneo que más cruelmente penaliza la bisoñez, Rahm dejó su huella con muestras de calidad como el hierrazo desde la calle para eagle en el 12, el mejor golpe de la tercera jornada, pero, sobre todo, con su capacidad para reaccionar ante la adversidad. Pocos golfistas que se vieran con dos sietes consecutivos -triple bogey y doble bogey- en su estreno en un US Open serían capaces de responder con un birdie como hizo el joven vizcaíno.
Esa facilidad para escapar al verse acorralado le valió el sobrenombre de Rahmboen el golf universitario estadounidense. El domingoacabó la primera parte de la saga. Hoy comienza la segunda, que, como excepción de la regla, promete ser todavía mejor que la anterior.