Una sociedad avanzada ha de conocer sus orígenes, retrotraerse a los momentos malos y ponerse en la piel de héroes que hicieron posible que la vida y el deporte sean como son ahora. Yvon Petra es uno de ellos. Si hace unos días se conocía la entrada de Andy Roddick y Kim Clijsters en el Salón de la Fama del Tenis Mundial, conviene recordar que hace apenas un año, a inicios de 2016, el tenis recordaba a un hombre que hizo posible lo imposible y con su ejemplo de superación, dio esperanzas a una Europa rota por el desastre de la Segunda Guerra Mundial.
En ocasiones, uno reflexiona sobre lo azaroso de la vida, lo que podría haber cambiado todo si en vez de nacer en el siglo XXI, se hubiera nacido en otra época. Yvon Petra fue un hombre poco acorde con sus tiempos, un tipo sonriente, locuaz y positivo al que le tocó vivir una época de horror. Un hombre que con sus 196 centímetros de altura era un auténtico gigante en sus tiempos, y lejos de amedrentarse por ello, desarrolló una habilidad más propia de jugadores de la actualidad, que le valió para ser campeón de Wimbledon en 1946.
Sí, han leído bien, 1946. Aún con las heridas de la Segunda Guerra Mundial sin cicatrizar, aún con la pista central del All England Lawn Tennis Club recuperándose de los bombardeos que derribaron una parte de la grada, y con una sociedad necesitada de olvidar, de pasar página y encontrar en el deporte un pasatiempo que les ayudara a ello, y en los deportistas un espejo donde mirarse.
Yvon Petra nació en 1916 en Cholon, en lo que ahora es un distrito de Ho Chi Ming, en Vietnam, donde residía su familia ya que su padre era un burócrata del gobierno francés en este territorio colonial del país europeo. La posición acomodada del séquito familiar permitió salir adelante a Petra sin que la Gran Guerra tuviera consecuencias en su familia, y vivió una infancia privilegiada en la que empuñó una raqueta a los siete años.
Pronto fue mejorando, a pesar de lo rudimentario de las instalaciones y la ausencia de entrenadores. Una pared fue su primer contrincante, y pronto fue intentando buscar compañeros de juego en pistas públicas y clubs en Vietnam. Con apenas 12 años, Yvon presenció una exhibición entre Henri Cochet y el mejor jugador de Indochina, y quedó prendado de la belleza y plasticidad de ese deporte. En su fuero interno, tomó la decisión irrevocable de ser tenista y se puso manos a la obra ya en Francia, cuando arribó con 18 años para estudiar.
Su llegada a Europa causó sensación y los entrenadores franceses asistían asombrados al juego directo de ese gigante que se movía por la pista con agilidad. Con tan solo 20 años era el 17º mejor jugador de Francia y dos años después, se convirtió en el mejor tenista nacional, algo que redondeó con su título en dobles en Roland Garros, junto a Bernard Destremau. Yvon era un tipo sociable y que inspiraba simpatìa allá donde fuera, y eso le brindó la posibilidad de viajar a Estados Unidos y conocer a mucha gente, incluido el rey de Suecia Gustav V.
Su carrera parecía no tener límite hasta que la Segunda Guerra Mundial se topó en su camino. Hizo el servicio militar obligatorio justo cuando estalló la contienda, y se vio en plena refriega bélica sin que su estatus de deportista de élite pudiera salvarle. Luchó con honor y acabó prisionero después de la invasión germana de Alsacia. Petra, junto a otros muchos, fue conducido a pie a un campo de concentración en Alemania y sufrió una grave lesión de rodilla.
Su fama le salvó. La gente le conocía, los soldados que le custodiaban le habían ido a ver jugar en directo años antes y se habían maravillado con su tenis, y convencieron a las autoridades para que recibiera un trato de favor. Mandaron un cirujano desde Berlín para que le operara pero no le dejaron en libertad hasta 1942. Regresó a Francia totalmente desnutrido, y se recuperó poco a poco con el cariño y los cuidados de la que sería su mujer. "Mi rodilla estaba destrozada después de una marcha durísima. Enviaron un cirujano a operarme pero nunca pensé que volvería a jugar", dijo Yvon al Sarasota Journal años después, en 1974.
"Me llevó mucho tiempo recuperarme física y mentalmente de lo que había vivido pero mi esposa me ayudó mucho", señaló el francés. Con la Francia ocupada por el Régimen de Vichy, Petra fue recuperándose poco a poco y entre 1941 y 1945 volvió a empuñar la raqueta, jugando exhibiciones contra Henri Cochet. Eso dio una gran confianza a un Petra que estaba decidido a poner el broche de oro a su historia.
Así llegó a Wimbledon 1946. Con la ambición de hacer historia y dejar atrás los fantasmas del pasado. Yvon Petra ganó en cuartos de final al primer cabeza de serie del torneo, el australiano Dinny Pails, y en semifinales al estadounidense Tom Brown. En la final se midió al aussie Geoff Brown al que se impuso por un marcador de 6-2, 6-4, 7-9, 5-7, 6-4 para convertirse en el último jugador francés en ganar Wimbledon.
Lo hizo con 30 años y vistiendo pantalones largos, siendo uno de los últimos jugadores en utilizarlos. Su imagen saltando la red al finalizar el encuentro pasó a la historia del deporte. Murió en 1984, y fue su hijo Philip Petra quien acudió al homenaje del Salón de la Fama del Tenis. Una historia para el recuerdo.
Fuente: http://www.puntodebreak.com/2017/02/01/yvon-petra-campo-concentracion-salon-fama-del-tenis