Puede parecer una simple anécdota, incluso una curiosidad, pero han tenido que disputarse 22 finales entre Roger Federer y Rafael Nadal para que el suizo pudiera amarrar dos de manera consecutiva. Las dos últimas: Basilea 2015 y el Open de Australia 2017. Dos triunfos sobre superficie dura, pista muy rápida y un hecho que ya pensamos que nunca verían nuestros ojos. El balance en finales, obviamente, sigue siendo muy favorable al balear (14-8), al igual que el balance general de enfrentamientos (23-12), pero eso no quita para que nos detengamos un segundo a pensar los motivos de este giro en los acontecimientos.
Más allá de las finales, ¿había ganado Roger alguna vez dos veces seguidas a Rafa? Pues sí, en dos ocasiones y siempre con el mismo guión. Año 2006: final de Wimbledon y semifinales de la Copa de Maestros. Año 2007: final de Wimbledon y semifinales de la Copa de Maestros. Curioso, aunque claro, eran las condiciones que mejor le sentaban al helvético. Aunque luego en 2008 cambiaría la historia. Hace tiempo que la rivalidad entró en una nueva dimensión pero, en este 2017, ha entrado también en su episodio más experto, con ambos ya en la treintena. Quizá el momento ideal para que el español castigara más que nunca a su adversario. O quizá todo lo contrario.
Porque, ¿qué ha hecho Federer para lograr por fin ganarle dos finales seguidas a Rafa? Cambiar la cautela por la agresividad, subir a la red y no atraparse en la línea de fondo, enseñar su revés en vez de intentar esconderlo. Varios aspectos determinantes que le han dado la vuelta a la situación, a los que hay que sumar una mentalidad nueva, sin miedo a la derrota, sin nada ya que perder. Solo con esta filosofía puede un hombre pasar del 1-3 al 6-3 en un quito set ante Rafal habiendo un título de Grand Slam en juego. Al resto de seres humanos, nos hubieran temblado las piernas.
Una de las conclusiones que extraemos es que la vejez, en el sentido menos hiriente de la palabra, le ha sentado peor a Nadal que a Federer. El suizo se ha visto obligado a sacar sus mejores armas, las más directas, para volver a volar en la pista sin sufrir el avance del reloj. El español, sin embargo, sigue atado a esa idea de intercambios largos y pelotas incómodas que provoquen el error del oponente, quedando así a merced de su respuesta. Está intentando cambiarlo, pero al final la esencia siempre acaba imponiéndose. En Australia pudimos ver a un Roger encantado de coger la iniciativa y hacerla trizas con sus golpes, un riesgo que el balear quiso tomar, seguramente, por lo bien que le había funcionado en el pasado. No así esta vez.
Ya no estamos ante el Rafa de hace años. Tampoco es el mismo Federer. Uno ya no llega igual a las pelotas, ya no arranca de la misma forma. El otro ya no es capaz de entrar en ese juego de gladiadores y sacrificio constante, ni tampoco se lo plantea. Es un tenis distinto, un nuevo capítulo de esta rivalidad que invita a pensar que las tornas pueden empezar a girar en próximos duelos. Todavía es pronto para sacar conclusiones claras, solo son dos finales separadas por quince meses de distancia y ninguna de ellas sobre tierra batida. ¿Un simple dato o querrá decir algo más? Dejamos abierto el debate para que escuchar vuestra opinión.